martes, 17 de marzo de 2015

Crítica: 'El último tango en París (Ultimo tango a Parigi)' (Bernardo Bertolucci, 1972)


"En París todo el mundo quiere ser un actor, nadie se contenta con ser un espectador". Cita célebre del novelista y poeta Jean Cocteau que parece venir que ni pintada a este film del director italiano Bernardo Bertolucci (Soñadores, Novecento, Antes de la revolución...) donde todos queremos ser el actor, todos queremos ser Marlon Brando (El padrino, Apocalypse Now, Un tranvía llamado deseo...).

Una hombre de mediana edad y una muchacha se encuentran visitando un desolado piso de la capital francesa, la pasión descontrolada e impulsiva se apodera de ellos entre esas deshabitadas paredes. Sin apenas mencionar palabra entre ellos, y sin decir sus nombres, acuerdan encontrarse en su madriguera sexual donde el sexo arrastrara a un espacio oscuro, de fracturación emocional y psíquica... Con nombre de guerra. 

¿Habría sido tan apreciable 'El último tango en París' sin Brando? Su destacable actuación conpagina perfectamente con la visceralidad de la trama y su propio personaje. Sus monólogos obscenos y escatológicos mantienen el poder de la urbanidad en la obra de Bertolucci. Despojando esas emociones de un hombre desesperado, con su bendita locura, palpable su enternecimiento. Junto a su pareja de baile, María Schneider, enmarcados en una fotografía soberbia constituida por Storaro

La suma de grandes ideas hacen este tango parisino una atractiva película, a su vez devenida por la superficialidad de la trama secundaria protagonizada por Schneider y Jean Pierre Leaud en contraste con la relación central. Los encuadres descentrados se multiplican con planos largos inundados de monólogos de Brando, esos reflejos en los espejos y varias raciones de auténtico cine acompañados de estupendas piezas musicales de saxo. 

Iniciando una tendencia en el cine erótico teatral, Bertolucci crea una obra concisa y cautivadora con la premisa de una relación sexual sin preguntas, sin nombres, sin amor pero con una estrella en todos su esplendor: Marlon Brando. Gritos ahogados entre unas paredes solitarias asociados a la lúgubre conciencia de la soledad. La subtrama cuasi amorosa, punto flaco de la obra, queda engullida por la trama principal que va acabando con todas las ilusiones de la pareja rematando la faena con un desenlace detestablemente encantador.




"Si la música es el alimento del amor, ¡qué siga sonando!"


Valoración: [7/10]  
★★★★★★





Paco Garrido

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